g: doppelgänger

[Cuento] (alter)Ego

14:09
Nota: Hoy es la noche de Walpurgis y esto es sólo una pequeña celebración.


Foto por Leanne Surfleet


Era inevitable mirarte en el espejo cada mañana mientras te arreglabas. Era lo normal, lo que toda persona hacía. Más tarde, en los baños de la oficina también te verías en él cuando te lavaras las manos y aprovecharas para arreglar tu peinado y el labial. Tampoco podrías evitarlo al caminar por la calle, cuando al pasar frente a una ventana o un escaparate te vieras de pasada, asegurando que cada cosa siguiera en su lugar.

El que una persona se viera varias veces al día era normal. El que a veces las imágenes de sí misma estuvieran distorsionadas, podía justificarse con ilusiones ópticas. No había nada extraordinario en ello, te dijiste la primera vez.

No era raro verte difusa cuando el rápido andar te impedía observarte detalladamente en el vidrio. Tampoco era extraño que cuando te veías de reojo, parecía que tu cara no tenía ni labios ni nariz ni ningún otro rasgo.

Es sólo una ilusión óptica, te repetías en cada ocasión. Y con más frecuencia últimamente. Es nada más que un juego de luces, te dijiste el día que observaste la sombra de una sonrisa en un rostro sin facciones. Es obra del alcohol, fue lo que pensaste cuando la sonrisa se amplió y los brillantes dientes llamaron tu atención.

Una amiga te preguntó por qué habías estado tan seria en los días pasados, un colega recalcó que ya casi no sonreías, qué te afectaba. Nada, era la respuesta, la vida seguía como siempre, sin sobresaltos ni preocupaciones. 

Hubo un momento en el que dejaste de considerarlo tu reflejo y casi sin pensarlo comenzaste a referirte a él como el ente del otro lado. Te había sonreído una mañana mientras te maquillabas. Era una sonrisa amplia en una cara plana, sin nariz ni ojos. Ni siquiera gritaste, solo guardaste las cosas y saliste a medio arreglar al trabajo. Evitaste mirarte durante el resto del día.

A la mañana siguiente el espejo había desaparecido, lo habías regalado a tu vecino. Mi hermano me hizo una broma con él, fue lo que pensaste esta vez. No había razón de alarma, sin él ya no habría imágenes extrañas.

Tu madre fue quien notó que algo no andaba bien, tus ojos habían dejado de brillar como acostumbraban. También tenías algo distinto, ¿no te habías golpeado la nariz? Parecía hinchada. No, no lo habías hecho, nada extraño había pasado. Entonces todo está bien, debe ser un efecto de la luz del comedor. 

Así era, todo estaba bien. El que hubieras esquivado cualquier superficie reflejante desde el incidente de la sonrisa era irrelevante.

Fue cuando las pesadillas comenzaron. Aunque ni siquiera parecían tales, eran sólo sueños en donde cada vez que mirabas tu reflejo en su lugar veías estática. Era como una televisión vieja sin señal. Te repetías que no era gran cosa, que era un temor absurdo. Pero no importaba cuántas veces trataras de tranquilizarte, el miedo sólo se incrementaba.

Dejaste de ir al baño en la oficina. La última vez habías estado distraída y te habías encontrado con el ente. Lo que había en el cristal eran tus facciones, indefinidas, pero tuyas sin duda alguna. No era el haberte visto lo que había hecho que salieras corriendo del baño dejando tu bolsa atrás. No, no había sido eso. 

Había sonreído, tenía los ojos brillantes y arrugas alrededor de ellos.

El espejo le había devuelto una sonrisa a un rostro aterrado.

Salías menos. No quisiste ir a la fiesta de Miguel por el gran espejo que había en la sala. Rechazaste salir con Carmen, como hacían cada dos semanas, porque en la barra del bar había otro. Faltaste a la comida de fin de año de la empresa, porque la entrada del restaurante era de cristal reflejante.

Fue por ese entonces que Carmen te sacó casi a rastras de tu departamento. Era obvio que había notado los espejos cubiertos con trapos sucios, pero no dijo nada, algo que agradeciste. No preguntaste a dónde irían, sólo la seguiste y confiaste en ella. No era un gran plan, irían al cine y luego a comer algo, al final te llevaría a casa de tus padres; pronto comenzarían las fiestas y tu madre quería tenerte cerca, porque algo no andaba bien contigo.

No era mala idea.

Fue algo acertado, las cosas mejoraron a partir de ese momento. Al parecer, Carmen les había comentado de los espejos, así que tus padres habían quitado todos los de la casa, con excepción del que estaba en su habitación. Poco a poco, dejaste de preocuparte por el ente, y aunque a veces lo veías en una vitrina o en alguna superficie por accidente, parecía haber desaparecido. Había vuelto a ser la imagen normal e inofensiva que todos veían de sí mismos.

Cuando empezó el nuevo año, seguías sin soportar los espejos, pero ya no te daba miedo verte en el vidrio de la mesa o en los aparadores al caminar. Estabas segura que nunca volverían a gustarte y no sabías si algún día volverías a colocar uno en tu casa.

Cada día eras más tolerante a tu propio reflejo y para mediados de junio, justo para tu cumpleaños, decidiste comprar un nuevo espejo. Uno mediado, barato, con marco de madera, que iba a ir justo en tu baño. Creías que cuando pudieras tener uno en casa y mirarte en él sin temor, toda fobia quedaría en el pasado.

Comprarlo fue la parte sencilla. Llevarlo a casa fue un poco más complicado, pero nada que no pudieras superar. Entrar con él, aún en su caja, al baño fue difícil. Pero intentar sacarlo y colgarlo… Trataste, observaste la caja por varios minutos, tan inocente, recargada a un lado del lavamanos, esperando ser abierta. Caminaste por el baño, te pasaste las manos por el cabello varias veces y la miraste por enésima vez.

No estabas lista. El haberlo comprado y llevado a tu hogar debía ser suficiente por ahora, colgarlo todavía iba más allá de lo que podías soportar.

Te sentiste tentada a sacarlo del baño y ponerlo en un rincón alejado, pero sabías que si lo hacías no juntarías el valor para intentar de nuevo.

La caja se quedó en el baño más tiempo del que te hubiera gustado. Pasó el verano y por fin, una mañana de septiembre, la viste arrumbada, llena de polvo, y sin pensarlo demasiado sacaste el espejo y lo colgaste. 

Fue la primera vez que te veías en casi un año. Por poco no te reconociste a ti misma. Habías perdido peso, y aunque las ojeras del año pasado habían desaparecido, el brillo seguía sin volver a tus ojos. Te miraste de frente por varios minutos y luego giraste la cabeza, te viste de un lado y después de otro. En verdad habías cambiado.

Sentiste ganas de reír de ti misma, los espejos eran inofensivos y los reflejos no le sonreían a caras asustadas. Todo era ridículo.

Fue así como tu vida volvió a la normalidad. Al arreglo rápido por las mañanas, el retocar tu labial en la oficina y quitar el vapor de cuando te bañabas del espejo. 

Una mañana, mientras te secabas después de bañarte, te miraste en el cristal empañado y lo que viste fue tu semblante deformado. Como era tu costumbre, limpiaste el vapor con tu mano, pero no cambió.

Era tu rostro, plano, sin nariz ni labios. Intentaste gritar, pero tu voz se ahogó en una boca que nunca se pudo abrir. Cerraste los ojos, presionaste tus manos contra ellos, esperando que la imagen fuera sólo un juego de tu mente y que cambiara cuando volvieras a verla. 

Y cambió.

Te sonreía. Tenía esa sonrisa radiante de tu adolescencia, el brillo en los ojos que nunca recuperaste y la piel libre de arrugas. 

Con una mano tocaste el cristal y con la otra tu cara. No había sonrisa, porque no habían labios. No podías respirar, no había nariz. Todos tus rasgos habían desaparecido. No había nada.
g: fantasía

[Microcuento] Los amantes

15:58
La leyenda decía que pasarían años alejados el uno del otro. Sus espíritus se volverían piedra y el tiempo los haría polvo. Pasarían siglos sin verse, con sólo un recuerdo distante y la certeza de una profecía que aún estaba por cumplirse. Así debía ser para que al final los trágicos amantes estuvieran juntos. Lo que ninguna leyenda ni profecía llegó a considerar fue la volatilidad del corazón; cientos de años hacían imposible asegurar que todavía se amaran.



Este relato participa en la iniciativa 5 líneas de abril.



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