Varias mesas los separaban, ella estaba en el centro del bar y él no había tenido el valor para acercarse. No dejaba de mirarla y cuando ella se percató de su presencia, le sonrió. No lo pensó más y se sentó con ella. De inmediato supo lo que pasaría después: hablarían de nuevo, comenzarían a salir y volverían a hacer los mismos errores. Tropezarían con las mismas piedras una y otra vez, como chiquillos inmaduros incapaces de aprender la lección. Y sin embargo, en ese momento, nada importó.
Este relato participa en la iniciativa 5 líneas de septiembre.